10 nov 2008

Cebo



El tipo vino y me dijo: "Si agarra bien por el borde seguro que no le pasa nada. Esas sanguijuelas flotan mas en lo hondo, que es donde se pegan a las pantorrillas. Igual si se le sube una, recien se va a enterar dentro de una semana, cuando este gorda de chuparle la sangre. Gordas asi se ponen" - me dijo, mostrándome su verga, por la manga del gastado shorcito celeste que vestía. Yo sonreí, como aceptando con viril camaradería el humor grueso del baqueano. Pero el se me quedo mirando, serio. Lo suyo era rigor científico, no vulgaridad.
-Okey- dije, estirando mi pie blanco y varicoso en el agua marrón y tibia de la laguna, cuando mi guía agregó: "Son demás lindas las irupés. Vale la pena vadear el agua para verlas en la otra orilla. Pero guarda el yacaré." Lo miré, esperando una risotada de remate. Pero otra vez se quedo como si fuera chofer del 152 y yo un minusválido lidiando con los escalones del bondi.
"Porque el yacaré no muerde si esta soltero. Pero es un león si acaba de poner huevos. Es fácil saber si es peligroso: hay que ver si lleva los huevos en la boca"- Yo me erguí y miré el cielo- "Son como los huevos de gallina. Pero así de grandes". No necesité darme vuelta para saber cuales era los objetos que me ofrecía de referencia.
Casi sin girar le disparé a bocajarro en la cara. Sorprendido trato de reir, en un intento de ganar una indulgencia mas velóz que los plomos 44.40 de mi peacemaker cromada con cachas de nogal. La pólvora negra ardió en una ola de humo blanco y acre. Los balazos fueron como cañonazos que escupieron al cielo bandadas quilomberas de loros, garzas y gallaretas.
El tipo pateaba el suelo, hendiendo el pasto fresco hasta llegar a la tierra.
Me volví a mirar los pastizales que rodeaban la laguna, tratando de adivinar la silueta de un yacaré. Miré al baqueano, que ya no se movía. -Huevos grandes pone el yacaré- pensé. Intimidado di media vuelta y me fuí al auto.
El resto de las vacaciones pasaron sin novedades. Una mañana decenas de irupés encallaron en la ribera del complejo de cabañas donde me hospedaba. No eran la gran cosa.
Después volví a casa. Y un día, mientras me duchaba, descubrí en la cara posterior de mi rodilla una sanguijuela oscura y brillosa. Asqueado salí disparado de la bañera.
Y mientras buscaba mi peacemaker, pensaba que el bicho no era tan grande como el tipo aquel dijo que sería.

1 comentario:

Anónimo dijo...

mas ensima otro mas que anda asiendo puras tonteras no me gustan esas cosas que hacen los animales