1 feb 2005

Big Fish

Hay historias en las que no se sabe muy bien cuando se termina de correr el telón. Nadie anuncia el comienzo de la puesta en escena. Comparables en complejidad a “las meninas”, el compositivamente complejo y archianalizado cuadro de Velásquez, provocan la sensación de un punto de vista cambiante, imposible, como en los sueños.
El relato, conjuro y maleficio por derecho propio, tiene la posibilidad de trastocar los colores, sabores, los afectos, los sentidos... Digo yo, si agrego una palabra, (un adjetivo cualquiera, por ejemplo), y modifico para siempre lo que otros perciben de lo que cuento, ¿porqué no hacerlo?

Big Fish es sobre contar historias. Sobre matices. Sobre adjetivos y mentiras. Es sobre un hombre que cuenta historias, más bien. Lo que es más complejo de percibir es ¿quién es ese hombre?
No me estoy refiriendo a qué personaje, eso es fácil –o no tanto, teniendo en cuenta sutilezas de la historia– sino más bien de qué lado de la cámara está el narrador, cuentero innato...
Esa sensación rara de alguien que relata una historia en la que un personaje cuenta a su vez otras historias y por momentos es uno quien se cuenta –o imagina– la historia de los personajes del relato, no nos abandona durante la proyección del film. ¿A cuánto estamos de empezar a oir también el relato de nuestra vida salir de esas enormes bocas de celuloide?

Todo Big Fish tiene un tufillo onírico. Aunque no en la manera clásica, en la que se nos cuenta en forma más o menos efectiva el estado de ensoñación de alguno de los personajes o, a lo sumo, del relator impersonal, quien por lo general empieza a balbucear con la voz del guionista y termina, con suerte, con la voz decidida del director de turno y en el peor de los casos con los gritos histéricos del productor ejecutivo.
En este caso, nos están contando nuestro sueño. Y eso, por más feliz, asombroso, tierno que sea ese sueño, no deja de ser perturbador. Más aún, que un tipo que ni nos conoce, vive en otro país, probablemente jamás oiga hablar de nosotros pero sea capaz de contarnos con lujo de detalles nuestros sueños es decididamente terrorífico.
Justamente por esto, es que creo que Big Fish es una de las pocas últimas pelis necesarias. Aunque sólo sea para hacernos acordar de soñar cosas más jugadas... o para mostrarnos lo paranoicos que podemos llegar a ponernos durante las primeras tardes de frío.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

la verdad... bastante marica tu post. seguro que te la manyás bien doblada.

a mí, la que me hizo soñar es la del loco de la motosierra....ahhhh

Anónimo dijo...

muy marica tu post