Un éxito. La galería empezó a vaciarse; la luz, tenue ya, anunciaba su cierre. Sólo la música, suave, persistía en el aire cargado de hermosas emociones.
Las únicas personas que aún permanecían en el local, se encontraban felizmente cansadas. acomodaban los vestigios de la fiesta, seguían apagando luces. De pronto, sus cuerpos se acercaron al compás de la música ambiente, cálida y sensual; se enlazaron con deseo y se anudaron férreamente en un beso. El baile duró un instante que fue eterno.
La música terminó. Los dos sabían que era adiós.
-Chau, Roberto. Te felicito.
-Gracias por venir, Horacio. Cuidate, macho.
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16 mar 2009
11 nov 2008
Mal del coco
Al rallar el coco, hay que poner especial cuidado en dos cosas: la primera es usar el utensilio adecuado, ya que no son poco frecuentes ni poco dolorosas las abrasiones dactilares. Menos frecuentes, pero no improbales, las amputaciones y cercenaciones. Pero el principal peligro, el más inadvertido, consiste en salpicar la ralladura con sudor. En proporciones ínfimas no implica mayores consecuencias. A lo sumo, alguna reacción incoherente por parte de quien lo consume, muchas veces tomada por pelotudez lisa y llana. Ahora, a medida que la dosis se incrementa, los efectos de dicha combinación son demencia temporal, en grados diferentes según el dosaje, de acuerdo a la masa corporal del afectado y a la temperatura ambiente.
Un verano tuve que retirar un cargamento directamente de una planta envasadora de coco rallado, improvisada en un claro abierto en el monte chaqueño. Cuatro atalayas precarias, de troncos talados recientemente, era lo primero que se divisaba al aproximarse uno. A continuación, una jaula de unos 50 metros cuadrados, tejida con bambús y fibras de junco, apenas camuflada con vegetales secos llamó mi atención. Adentro, unos veinte peones, con los torsos transpirados desnudos y los ojos extraviados entonaban diversas cantinelas, mientras azotaban sus magras humanidades alternadamente contra los barrotes, contra el piso y cotra ellos mismos, totalmente idos.
Alcancé a presenciar dos tristes espectáculos en el corto lapso de tiempo que permanecí en el campamento: la captura de un peón enloquecido y furioso, reducido por los cobardes dardos tranquilizantes de uno de los cuatro francotiradores encaramado en sendas atalayas y la aniquilación de un flacucho (los niveles de contaminación deben haber sido insoportables en su escasa masa corporal, amén de que los barrotes no fueron obstáculo para su menguado cuerpo) por parte de un guardia que lo partió literalmente en dos de un bastonazo en la espalda.
Lo primero que atiné a pensar es: "con razón la piña colada es tan cara!"
El calor que pesaba sobre mis hombros fué sustituido por un golpe helado en la nuca.
Beto me miró con odio grisáceo durante quince segundos, creo.
-Pelotudo, te comiste los caramelos de coco?
-Si - ahora me acordaba.
-Gil, ahi puse las dosis de ácido.
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